En Godelia llevamos ya varias semanas podando nuestras viñas y, al igual que nosotros, es una tarea que también están realizando nuestros compañeros del resto de bodegas del Bierzo. Sin duda, la poda de la vid es uno de los trabajos que más disfrutamos. Nos conecta con nuestras cepas. Y, además de la catarsis que provoca la acción en sí, esta también requiere de mucha concentración, incluso introspección. ¡Es otra de esas labores mágicas!
La poda de la Vid
Antes de nada, aunque muchos de vosotros ya lo sabréis, por si acaso, cabe explicar que la vid es una planta muy particular, pues sobre la madera vieja o brazos, formamos los pulgares, que son sarmientos que ya tienen 1 año. Se trata, por tanto, de los que durante la campaña anterior han producido los racimos. Cuando llevamos a cabo esta poda de la vid de invierno, dejamos las yemas que van a brotar la primavera siguiente, dando lugar a los pámpanos o ramas que sostendrán las hojas, zarcillos e inflorescencias -racimos-. Les llamamos pámpanos cuando son verdes y sarmientos cuando se convierten en leñosos. En resumen, tenemos un pedacito de madera de cada año.
Aclarado este punto, también hay que matizar que el momento de la poda de la vid es importantísimo porque decidimos aspectos muy importantes de la cepa, formamos su esqueleto y elegimos la producción y posición de los racimos que vamos a tener la próxima campaña. Es decir, planificamos y proyectamos el futuro de nuestras cepas.
En nuestro caso, ahora podamos a yema ciega, más dos yemas vistas -es decir, la ciega y dos más- y, posteriormente, en la poda en verde, limitaremos todavía más la producción, en el caso de que fuese necesario.
¿Qué es la yema ciega?
La yema ciega, que sale en la base del sarmiento, es la unión con la madera del año anterior. Esta no siempre brota. De hecho, normalmente permanece dormida, pero cuando se dan circunstancias anormales, como una helada, granizo, etc., puede brotar e incluso dar lugar a 1 racimo -normalmente las otras yemas son más fértiles y producen dos racimos-.
Como en Godelia tenemos un viñedo bastante extenso, la poda es una labor que nos ocupa bastante tiempo. No nos gusta empezar muy temprano, por lo que esperamos a que las plantas “tiren” todas las hojas y estén en completo reposo vegetativo. De este modo acumulan reservas y nos aseguramos una buena brotación en primavera.
Siempre empezamos a podar por las variedades que brotan más tarde –mencía-, ya que cuanto antes podemos, antes brota. A continuación hacemos los blancos, que son más tempranos. Sí los podásemos antes, nos arriesgaríamos a que se adelante su brotación y las vides podrían estar más expuestas a heladas primaverales o granizos. Toda precaución es poca.
En general, solemos empezar a podar el viñedo en diciembre y terminamos a finales de febrero, aunque son fechas orientativas, puesto que dependemos del tiempo atmosférico. Sinceramente, no es muy agradable podar con lluvia, aparte de que es poco recomendable para las cepas, pues no hay que olvidar que los cortes de poda son heridas abiertas y cuando llueve hay más probabilidad de entrada de hongos enemigos en la madera.
Cuando hablamos de formar el esqueleto, una acción a la que aludíamos anteriormente, nos referimos a la estructura que soportará la vegetación. Es importante que esté equilibrado, con los pulgares equidistantes, para que una vez que se desarrollen los racimos estén bien situados y aireados y no se toquen unos con otros -en la poda en verde, corregimos estos desequilibrios-.
En definitiva, la poda de la vid es un trabajo que amamos y hacemos con mucha paciencia y dedicación, especialmente cuando el sol de invierno se queda unos días en el Bierzo.